Friday, April 03, 2015

BARRIGA BLANCA

Volver a sentir el aire frío en el rostro…,
el peso de la mochila clavado en los hombros,
el pulso acelerado y el corazón desbocado a cada paso.
Volver a ver el abismo…
Sentirme colgado, indefenso, precario, volátil ante el destino.
Volver a sentir miedo, controlarme, controlarlo y disfrutar de ello…

Por mucho que la vida nos aparte de aquello que nos apasiona, siempre volvemos a reencontrarnos con lo que somos, porque en mayor o menor medida es algo que no podemos evitar.
Somos lo que somos.
Y aunque esto suene a tópico, tiene mucho de verdad.
He podido volver a lo mío, a disfrutar de unas jornadas de montaña. 
De fundir nieve para hacer agua, de sopas de sobre y comidas liofilizadas.
De chocolate y galletas de avena.
De pies doloridos por los golpes de los crampones contra el hielo, mojados, fríos...
De cuádriceps cargados y gemelos ardiendo...
Está claro que a poco que conozcas este mundo, eres sabedor de que dos días, dos vías, dos actividades idénticas…, nunca son iguales.
La montaña se reserva siempre un as en la manga, dictando los ritmos y las formas en que nosotros, dueños de lo minúsculo, conseguimos increparlas y disfrutarlas a partes iguales.
En esta ocasión no fue diferente.
El hielo, oculto bajo un engañoso manto de nieve, nos hizo dar lo mejor de nosotros, tanto en lo físico como en lo mental.
Cada peldaño tallado, cada paso dado, cada metro ganado en aquellas paredes colgadas del cielo, fueron metas conseguidas y superadas que nos dicen que nada es imposible. 
El desgaste psicológico que te supone moverte en ese estado es brutal.
Aunque, claro está, la montaña, siempre, tiene la última palabra.
Hubo momentos en los que el peso del miedo me lastró, casi me inmovilizó, me lo hizo pasar mal…
Pero haciendo acopio de los recursos que los años y la experiencia en estas lides me ha proporcionado, pude, una vez más, superar los obstáculos que se abrían a mi paso.
Tuvimos que hacer una travesía lateral por terreno helado en uno de los puntos más verticales de la vía.
Uno de los tantos que hicimos ese día.
Paso a paso, centímetro a centímetro, siempre con la mayor de las concentraciones posibles en una jornada que empezaba a las 05:00.
Decisiones que a veces no fueron las más acertadas, fruto de la fatiga acumulada, la deshidratación y la falta de energía.
Abajo solo hay abismo y caída. Solo hay perdición y muerte en una precipitación interminable por una pared de hielo que no  permite detenerte.
Abajo está lo absurdo de la escalada. Pero qué no es más absurdo que eso en este mundo?
Por qué tenemos esa necesidad de exponernos a perderlo todo por algo que no aporta nada material?
Por qué por algo que a simple vista parece inútil?
En el punto más vertical de la nueva vía que vamos abriendo, llegamos a un paso clave, vertical…
90 grados que debemos pasar con dos simples movimientos.
No hay cabida al error.
Pasamos y alcanzamos la arista cimera, mitad nieve, mitad roca, para adentrarnos en la vía mixta que nos eleva a la cima. 
Es un tramo sencillo este último, pero a estas alturas de la jornada las fuerzas van justas y no se permite error.
Alcanzamos la cima, la ansiada cima.
Comentamos la jugada, sacamos la foto de rigor mientras oteamos el horizonte soñando con otras montañas, otros desafíos…
Ahora toca descender, sin prisa pero sin detenernos porque el tiempo se complica rápidamente, como siempre sucede en la montaña. 
La  bajada es penosa y dura. Muy exigente al progresar por una nieve transformada que hace que en ocasiones te hundas hasta la ingle.
Al final lo conseguimos. Hemos llegado al punto inicial y estamos vivos para contarlo. Satisfechos de haber estado 14 horas seguidas sin parar de andar, escalar, temer y disfrutar.

Y es posible que quien lea esto piense en lo absurdo de la empresa, pero tengo claro que la respuesta a la pregunta del por qué de acometer las ascensiones…., la respuesta, que no es mía, sería la de : “porque están ahí”.


No comments: