Thursday, November 13, 2014

GROUNDSWELL



Siempre se ha escuchado eso de que el mar de fondo hace que afloren a la superficie todo aquello que  las olas del mar esconden.
Se piensa que ese constante subir y bajar de las aguas crea una corriente ascendente que consigue arrancar los despojos y la podredumbre del lecho marino, del negro abismo, de lo más profundo…
Hay mar de fondo en esta zona del Océano Índico y nuestro barco navega impasible, veloz, seguro y constante a la vez que cabecea, levantando y bajando su afilada proa, que corta el mar. Ese mar que adopta formas de montañas onduladas.
Y miro, oteando el horizonte y la superficie rota por la estela.
Y pienso que también en mi interior hay mar de fondo, pese a que sigo navegando en mi propia vida con esa misma templanza, con la impasibilidad, la velocidad y la seguridad con la que lo hace esta fragata de nombre Navarra.
Y es que antes o después nos reencontramos con nuestro interior, con nuestra esencia y con todo aquello que somos, y todo para lo que servimos.
No!, no se trata pues de una de tantas veces en las que nos rayamos ante el hastío de la rutina, del estrés, del cansancio o de nuestras propias frustraciones, sino de una de esas ocasiones en que rendimos cuentas ante nosotros y nuestra conciencia, haciendo balance de lo acaecido recientemente.
Y en mi caso, que no es nuevo, trato de responder qué razones de peso son las que me llevan a posponer mi propia vida, a mis chicas, a mi chico, a mis amigos y familia, pensando que quizá merezca la pena optar por otros senderos más llanos, menos angostos o limpios de toda maleza que dificulte nuestro avance.
Es probable que el mar de fondo interno aflore en los momentos en que estamos abatidos, cuando relajamos la atención o simplemente acumulamos demasiados días fuera de nuestro mundo. Aún a sabiendas de que  este, aunque nos pese, es también nuestro mundo.
Y seguimos avanzando a través del mar. 
Y nuestra proa sube y baja, cortando las olas…, marcando el rumbo. Nuestro rumbo.
Vivir la vida desde una grada, desde un balcón o altillo que permita admirar la belleza de las cosas sin tener que implicarnos demasiado en ellas.
Sin mojarnos.

Puede esconderse ahí la felicidad que tanto ansiamos? Esa que confundimos con minucias materiales y que erramos con asuntos triviales que nos alejan de nuestro propio objetivo de la vida?

De nuestra propia vida..., que tantas y tantas veces aplazamos esperando mejores vientos.
Vientos que no terminan de llegar.
Y debe ser esa la senda que debemos escoger? A pesar de la angustia que suscita?, o simplemente seguimos ciegos ante la evidencia de que no existe una demora prefijada a la que debamos dirigir nuestra nave, sino que la vamos creando poco a poco cada día, cada minuto y cada segundo de nuestra existencia?
Por ello es que cuestiono el hecho de que quizá no sea esta la forma de acometer la singladura de mi vida y de los que en ella me acompañan, ya que el perjuicio que acarrea es muy grande. Aunque callen. Aunque asuman. Aunque se resignen.
Las imágenes que captan los ojos se graban en nuestro interior y con ellas nos vamos a la tumba. Nuestros propios fantasmas nos recuerdan que aquello que hemos presenciado, formará parte de lo que somos hasta el fin de nuestros días, devolviéndonos a la realidad más cruda de la que, inevitablemente, formamos parte.
Y mientras todo esto sucede, seguimos soñando, porque quizá esos sueños sean los que alimenten los motores, los que inflen las velas y nos ayuden a seguir surcando ese mar de nuestra existencia.
El mar de fondo arrecia.
La Fragata Navarra capea la mar con elegancia. Decidida...

Sigo oteando el horizonte con el convencimiento que en un corto espacio de tiempo volveré a estar navegando estas aguas y haciéndome las mismas preguntas.

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