Wednesday, October 15, 2014

WALK A MILE ON MY SHOES

Dicen que el paso de los años, además de arrugas, nos proporciona sabiduría y dosis de paciencia necesarias para afrontar el devenir de los días.
Con ellos podemos educar a nuestros hijos, nietos, sobrinos y retoños de amigos, inculcándoles con nuestras vivencias todo aquello que pensamos les puede ser de utilidad en la vida.
No es que me sienta más viejo (al menos no, en lo que a espíritu se refiere, ya que el natural y entrópico ciclo no puede detenerse), pero quizá sí algo más sabio o más rico en cuanto a vivencias.
Estos días en la isla de Mahé, archipiélago de las Seychelles, he podido disfrutar de esas experiencias, que lejos de ser atractivas para un guión o novela, si han contribuido a que la distancia entre mi persona y aquellos a los que quiero, se viera reducida por momentos.
Sin planificarlo de antemano y respondiendo a un instinto natural y espontáneo, me vi envuelto en una continua sucesión de entrenamientos de carrera largos y en cierto modo desafiantes debido al volumen que acumulaba con el transcurrir de los días. No fueron ritmos importantes, no fue un trabajo de calidad en lo que a rendimiento deportivo se refiere, pero si resultó gratificante en lo que denomino enriquecimiento del interior.
Casi como si de una carrera multietapas se tratara, he conseguido disfrutar de vistas maravillosas y únicas en una isla donde el mar es transparente como un cristal , representa toda la gama del azul, esconde el arco iris en los miles de peces o todo aquello que no es arena blanca y agua es verde selva.
Y así sucedió la cosa…
Día 1. AP Road. 27kms.
Toca madrugar si lo que quiero es aprovechar el día, así que salgo del puerto y giro hacia el Sur por la AP Road en dirección al aeropuerto. Aquí el sentido de circulación es como en UK, por lo que hago la ida en sentido de la circulación con el consiguiente riesgo de no ver lo que me viene por detrás. El terreno es casi llano y se alterna el asfalto, con hierba y tierra compactada. No hace calor y la humedad es agradable. Mientras pasan los kilómetros identifico cada lugar como si hubiese sido ayer la última vez que mis huesos pararon por estas tierras.
Entro en Eden Island para confirmar que los paraísos artificiales hechos de concreto y ladrillos apenas se acercan a los que nos proporciona la naturaleza.
Hacia la vertiente Oeste la impresionante cadena montañosa que atraviesa la isla de Norte a Sur, ofrece vistas de una selva impenetrable donde tan solo sobresalen grandes roques de granito negro que bien parecen los lomos de un gorilla. Parece que el cuerpo responde bien a la distancia aunque cerca del kilómetro 20 voy notando la falta de sesiones tan largas a pie.
Día 2. AP Road con bucle por el interior. 25kms.
Me levanto algo cargado pero lentamente y con el paso de los kilómetros el cuerpo se calienta y se hace más llevadera la carrera.
Repito ruta de ida pero con intención de volver por la falda de las montañas y disfrutar de otras vistas. Además de variar el paisaje, el terreno imprime un plus de dureza con algunas subidas y bajadas. Criollos sin prisas me ven pasar mostrando cierta sorpresa al ver a un blanco corriendo por esas carreteras y caminos por donde no es habitual. Ellos no hacen deporte porque su forma de entender la vida es diferente. No mejor ni peor, tan solo diferente.
Tras llegar al barco una rápida ducha y preparación de la mochila para realizar la excursión a Ansé Major, una cala recóndita a la que solo puede accederse a pie o por el mar. Buceo con multitud de peces de colores y con varias tortugas, lamentando no tener una Gopro para poder mostrar a mis hijos lo que mis ojos han contemplado.
Día 3. Vuelta al tercio Norte de la isla.37kms.
Amanezco bastante cansado y dolorido y es por ello que me cuesta más tiempo levantar presión. Un desayuno ligero como el de los días anteriores y ya me encuentro en tierra trotando hacia la salida del puerto.
Hoy no me apetece repetir por la AP Road, así que salgo hacia Victoria y busco la carretera que lleva al Norte de la isla, para así poder circunvalar esa zona y aparecer en Beau Vallon. En el cinturón de hidratación llevo dos botellas de agua y 200 rupias con idea de avituallarme en las numerosas tiendas que voy pasando durante todo el trayecto. Terreno selvático 100% salpicado con algunas casas de estilo colonial.
Avanzo por la carretera y una fina lluvia, casi vapor, va mojando mi cuerpo haciendo más refrescante la carrera. El terreno es de constante bajadas y subidas. El ritmo es lento…
El disfrute es pleno.
Llego al Norte donde el viento arrecia en un día nublado pero agradable. El océano en esta zona bate con fuerza.
Subo al Glacis y aprecio vistas impresionantes de playas expuestas al impetuoso Índico, pero no por ello carentes de magia.
Durante todo el camino voy acompañado por árboles de tamarindo, de mango, guayabas y papayas. Casi se puede ir comiendo la fruta a medida que pasan los kilómetros. Y eso hago.
Kilómetro 17 y me siento bien. Más que bien, muy bien. Se nota que la intensidad es baja. Pero no quita que los kilómetros se vayan acumulando y no deja de ser una distancia que crece y crece.
Algunos coches me pasan casi rascando, recordándome que debo mantenerme alerta. Un despiste me manda al hospital…o al cementerio. Llego a la playa de Beau Vallon, donde el tiempo parece dar una tregua entre claros y nubes. Allí paro y compro Lucozade y agua. Me como un Snicker y continúo.
La subida por la Waterloo Road se hace dura y muy peligrosa ya que apenas hay hueco para circular. El volumen de coches es importante y aquí no destacan por una conducción modélica. Llego al alto y visualizo Victoria. La Navarra aún está lejos y queda bajar. Si la subida fue peligrosa la bajada lo es más. Llego algo tocado de energías, pero contento.
Día 4. Subida a Mount Seychelloes. 49 kms.
Hoy si salgo con la idea de hacer una ruta concreta, y se trata de la ascensión al monte más alto de la isla, de 985mts de altitud. Hoy me siento descansado, me siento bien.
Me cuesta un poco identificar la carretera que atraviesa Mahé de W a E, pero consigo descubrir por accidente el cementerio de la capital. Una ladera salpicada de centenares de tumbas y cruces. Un gran colorido donde se supone tristeza y sobriedad.
Ya estoy subiendo por la carretera.
No entro a valorar el desnivel de la misma pero es fuerte, así que toca llevar una zancada corta y alta cadencia. La exuberancia de la vegetación me hace sentir minúsculo.
Primer sendero junto a la carretera, se supone que estoy dentro del Parque Natural pero las indicaciones brillan por su ausencia, así que al poco de introducirme en la jungla me doy cuenta de que toca desbrozar como un jabalí.
El terreno no es firme, ya que un inmenso lecho de hojas y ramas podridas cubren el suelo, haciendo que en cada pisada te entierres hasta la mitad de la pantorrilla. Media vuelta y a seguir subiendo hasta que unos perros se me cruzan en mitad de la carretera. Son grandes y no parar de ladrar y gruñir. Paso despacio y preparado para repeler un ataque.
Casi sin notarlo vislumbro otro sendero que nuevamente tomo. Empieza llaneando pero rápidamente sube de manera pronunciada. Hay que agarrarse con todo y de todo. Hay que subir caminando ya que correr es imposible.
De forma inesperada me encuentro con un grupo numeroso de tortugas gigantes de tierra. Más de treinta. Algunas casi tan grandes como el capó de un coche.
Sigo subiendo tranquilo y las zarigüeyas  van apareciendo en cada recodo, haciéndose casi indetectables hasta el último momento en que saltan y se ponen a la defensiva mostrando sus dientes afilados. El percance con una lo omito…Ja,ja,ja.
Y no paro de subir metido en la densa floresta.
La niebla aparece y apenas consigo ver más que tres o cuatro metros delante de mí, y es que la nube está anclada a la cima. Poco a poco el granito hace su aparición, hasta que consigo coronar la cima. Lástima de Gopro…
No veo nada a mis pies, la nube lo tapa todo.
Tras un momento de recogimiento inicio el descenso sabedor de que la ascensión finaliza cuando estamos abajo.
Bajo con calma y poco a poco me voy envalentonando, saltando de roca en coca, de rama en rama y de árbol en árbol. Es como esquiar en la selva.
Regreso a la carretera y poco tiempo estoy en la ducha.
Dicen que con cara de loco, pero muy satisfecho y contento.
Día 5. AP Road con bucle por el interior. 20kms.
Pese a que repito ruta la idea de hoy es hacer poco y algo más rápido, por lo que busco el terreno plano y cómodo de la AP Road.
La lluvia me acompaña durante la mayor parte de la carrera.
Lluvia fina que moja mi piel.
Agua del cielo que lava mi alma.
Me empapa y corre por mi cuerpo arrastrando mis ideas y pensamientos, esos que de vez en cuando me complican la existencia o atormentan la conciencia.
Al final me aprovisiono en el super del puerto. Lucozade y una bebida isotónica de Malasya.
Día 6. AP Road. 25kms.
Hoy nos vamos.
Por fin!
Seis días son muchos días de puerto y casi parece que soy de Victoria, pero aprovecho este día para cerrar un ciclo.
Es una carrera tranquila y cómoda, disfrutando de lo ya conocido y sintiéndome afortunado ante la posibilidad de hacer deporte en esta parte del mundo.
Han sido 183kms en seis días. Una auténtica locura a simple vista, pero atendiendo a la intensidad de las sesiones considero que muy llevadero, ya que no ha dejado de ser una forma activa de disfrutar de un entorno.
Los atardeceres en la playa han sido momentos de recogimiento donde el sentimiento de culpa por disfrutar sin la familia están siempre presentes, pese a que no dejo de repetirme que debemos vivir nuestra vida todo lo plenamente que podamos.
Ahora toca retomar al rodillo y durante unos días mover las piernas para que vuelvan a su estado inicial. Toca meterse de nuevo de lleno en la misión y en mantener la concentración en el trabajo diario, que es al fin y al cabo lo que he venido a hacer a esta parte del mundo que ya empieza a resultar familiar.
Seguimos en la brecha, seguimos intensamente e ilusionados.
Hala pues!

 

 

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