Dicen que el paso de los años, además
de arrugas, nos proporciona sabiduría y dosis de paciencia necesarias para
afrontar el devenir de los días.
Con ellos podemos educar a nuestros
hijos, nietos, sobrinos y retoños de amigos, inculcándoles con nuestras vivencias
todo aquello que pensamos les puede ser de utilidad en la vida.
No es que me sienta más viejo (al
menos no, en lo que a espíritu se refiere, ya que el natural y entrópico ciclo
no puede detenerse), pero quizá sí algo más sabio o más rico en cuanto a
vivencias.
Estos días en la isla de Mahé,
archipiélago de las Seychelles, he podido disfrutar de esas experiencias, que
lejos de ser atractivas para un guión o novela, si han contribuido a que la
distancia entre mi persona y aquellos a los que quiero, se viera reducida por
momentos.
Sin planificarlo de antemano y
respondiendo a un instinto natural y espontáneo, me vi envuelto en una continua
sucesión de entrenamientos de carrera largos y en cierto modo desafiantes
debido al volumen que acumulaba con el transcurrir de los días. No fueron
ritmos importantes, no fue un trabajo de calidad en lo que a rendimiento
deportivo se refiere, pero si resultó gratificante en lo que denomino
enriquecimiento del interior.
Casi como si de una carrera multietapas
se tratara, he conseguido disfrutar de vistas maravillosas y únicas en una isla
donde el mar es transparente como un cristal , representa toda la gama del
azul, esconde el arco iris en los miles de peces o todo aquello que no es arena
blanca y agua es verde selva.
Y así sucedió la cosa…
Día 1. AP Road. 27kms.
Toca madrugar si lo que quiero es
aprovechar el día, así que salgo del puerto y giro hacia el Sur por la AP Road
en dirección al aeropuerto. Aquí el sentido de circulación es como en UK, por
lo que hago la ida en sentido de la circulación con el consiguiente riesgo de
no ver lo que me viene por detrás. El terreno es casi llano y se alterna el
asfalto, con hierba y tierra compactada. No hace calor y la humedad es
agradable. Mientras pasan los kilómetros identifico cada lugar como si hubiese
sido ayer la última vez que mis huesos pararon por estas tierras.
Entro en Eden Island para confirmar
que los paraísos artificiales hechos de concreto y ladrillos apenas se acercan
a los que nos proporciona la naturaleza.
Hacia la vertiente Oeste la
impresionante cadena montañosa que atraviesa la isla de Norte a Sur, ofrece
vistas de una selva impenetrable donde tan solo sobresalen grandes roques de
granito negro que bien parecen los lomos de un gorilla. Parece que el cuerpo
responde bien a la distancia aunque cerca del kilómetro 20 voy notando la falta
de sesiones tan largas a pie.
Día 2. AP Road con bucle
por el interior. 25kms.
Me levanto algo cargado pero
lentamente y con el paso de los kilómetros el cuerpo se calienta y se hace más
llevadera la carrera.
Repito ruta de ida pero con intención
de volver por la falda de las montañas y disfrutar de otras vistas. Además de
variar el paisaje, el terreno imprime un plus de dureza con algunas subidas y
bajadas. Criollos sin prisas me ven pasar mostrando cierta sorpresa al ver a un
blanco corriendo por esas carreteras y caminos por donde no es habitual. Ellos
no hacen deporte porque su forma de entender la vida es diferente. No mejor ni
peor, tan solo diferente.
Tras llegar al barco una rápida ducha
y preparación de la mochila para realizar la excursión a Ansé Major, una cala
recóndita a la que solo puede accederse a pie o por el mar. Buceo con multitud
de peces de colores y con varias tortugas, lamentando no tener una Gopro para
poder mostrar a mis hijos lo que mis ojos han contemplado.
Día 3. Vuelta al tercio
Norte de la isla.37kms.
Amanezco bastante cansado y dolorido y
es por ello que me cuesta más tiempo levantar presión. Un desayuno ligero como
el de los días anteriores y ya me encuentro en tierra trotando hacia la salida
del puerto.
Hoy no me apetece repetir por la AP
Road, así que salgo hacia Victoria y busco la carretera que lleva al Norte de
la isla, para así poder circunvalar esa zona y aparecer en Beau Vallon. En el
cinturón de hidratación llevo dos botellas de agua y 200 rupias con idea de
avituallarme en las numerosas tiendas que voy pasando durante todo el trayecto.
Terreno selvático 100% salpicado con algunas casas de estilo colonial.
Avanzo por la carretera y una fina
lluvia, casi vapor, va mojando mi cuerpo haciendo más refrescante la carrera.
El terreno es de constante bajadas y subidas. El ritmo es lento…
El disfrute es pleno.
Llego al Norte donde el viento arrecia
en un día nublado pero agradable. El océano en esta zona bate con fuerza.
Subo al Glacis y aprecio vistas
impresionantes de playas expuestas al impetuoso Índico, pero no por ello
carentes de magia.
Durante todo el camino voy acompañado
por árboles de tamarindo, de mango, guayabas y papayas. Casi se puede ir
comiendo la fruta a medida que pasan los kilómetros. Y eso hago.
Kilómetro 17 y me siento bien. Más que
bien, muy bien. Se nota que la intensidad es baja. Pero no quita que los
kilómetros se vayan acumulando y no deja de ser una distancia que crece y
crece.
Algunos coches me pasan casi rascando,
recordándome que debo mantenerme alerta. Un despiste me manda al hospital…o al
cementerio. Llego a la playa de Beau Vallon, donde el tiempo parece dar una
tregua entre claros y nubes. Allí paro y compro Lucozade y agua. Me como un
Snicker y continúo.
La subida por la Waterloo Road se hace
dura y muy peligrosa ya que apenas hay hueco para circular. El volumen de
coches es importante y aquí no destacan por una conducción modélica. Llego al
alto y visualizo Victoria. La Navarra aún está lejos y queda bajar. Si la
subida fue peligrosa la bajada lo es más. Llego algo tocado de energías, pero
contento.
Día 4. Subida a Mount
Seychelloes. 49 kms.
Hoy si salgo con la idea de hacer una
ruta concreta, y se trata de la ascensión al monte más alto de la isla, de
985mts de altitud. Hoy me siento descansado, me siento bien.
Me cuesta un poco identificar la
carretera que atraviesa Mahé de W a E, pero consigo descubrir por accidente el
cementerio de la capital. Una ladera salpicada de centenares de tumbas y
cruces. Un gran colorido donde se supone tristeza y sobriedad.
Ya estoy subiendo por la carretera.
No entro a valorar el desnivel de la
misma pero es fuerte, así que toca llevar una zancada corta y alta cadencia. La
exuberancia de la vegetación me hace sentir minúsculo.
Primer sendero junto a la carretera,
se supone que estoy dentro del Parque Natural pero las indicaciones brillan por
su ausencia, así que al poco de introducirme en la jungla me doy cuenta de que
toca desbrozar como un jabalí.
El terreno no es firme, ya que un
inmenso lecho de hojas y ramas podridas cubren el suelo, haciendo que en cada
pisada te entierres hasta la mitad de la pantorrilla. Media vuelta y a seguir
subiendo hasta que unos perros se me cruzan en mitad de la carretera. Son
grandes y no parar de ladrar y gruñir. Paso despacio y preparado para repeler
un ataque.
Casi sin notarlo vislumbro otro
sendero que nuevamente tomo. Empieza llaneando pero rápidamente sube de manera
pronunciada. Hay que agarrarse con todo y de todo. Hay que subir caminando ya
que correr es imposible.
De forma inesperada me encuentro con
un grupo numeroso de tortugas gigantes de tierra. Más de treinta. Algunas casi
tan grandes como el capó de un coche.
Sigo subiendo tranquilo y las
zarigüeyas van apareciendo en cada
recodo, haciéndose casi indetectables hasta el último momento en que saltan y
se ponen a la defensiva mostrando sus dientes afilados. El percance con una lo
omito…Ja,ja,ja.
Y no paro de subir metido en la densa
floresta.
La niebla aparece y apenas consigo ver
más que tres o cuatro metros delante de mí, y es que la nube está anclada a la
cima. Poco a poco el granito hace su aparición, hasta que consigo coronar la
cima. Lástima de Gopro…
No veo nada a mis pies, la nube lo
tapa todo.
Tras un momento de recogimiento inicio
el descenso sabedor de que la ascensión finaliza cuando estamos abajo.
Bajo con calma y poco a poco me voy
envalentonando, saltando de roca en coca, de rama en rama y de árbol en árbol.
Es como esquiar en la selva.
Regreso a la carretera y poco tiempo
estoy en la ducha.
Dicen que con cara de loco, pero muy
satisfecho y contento.
Día 5. AP Road con bucle
por el interior. 20kms.
Pese a que repito ruta la idea de hoy
es hacer poco y algo más rápido, por lo que busco el terreno plano y cómodo de
la AP Road.
La lluvia me acompaña durante la mayor
parte de la carrera.
Lluvia fina que moja mi piel.
Agua del cielo que lava mi alma.
Me empapa y corre por mi cuerpo
arrastrando mis ideas y pensamientos, esos que de vez en cuando me complican la
existencia o atormentan la conciencia.
Al final me aprovisiono en el super
del puerto. Lucozade y una bebida isotónica de Malasya.
Día 6. AP Road. 25kms.
Hoy nos vamos.
Por fin!
Seis días son muchos días de puerto y
casi parece que soy de Victoria, pero aprovecho este día para cerrar un ciclo.
Es una carrera tranquila y cómoda,
disfrutando de lo ya conocido y sintiéndome afortunado ante la posibilidad de
hacer deporte en esta parte del mundo.
Han sido 183kms en seis días. Una
auténtica locura a simple vista, pero atendiendo a la intensidad de las
sesiones considero que muy llevadero, ya que no ha dejado de ser una forma
activa de disfrutar de un entorno.
Los atardeceres en la playa han sido
momentos de recogimiento donde el sentimiento de culpa por disfrutar sin la
familia están siempre presentes, pese a que no dejo de repetirme que debemos
vivir nuestra vida todo lo plenamente que podamos.
Ahora toca retomar al rodillo y
durante unos días mover las piernas para que vuelvan a su estado inicial. Toca
meterse de nuevo de lleno en la misión y en mantener la concentración en el
trabajo diario, que es al fin y al cabo lo que he venido a hacer a esta parte
del mundo que ya empieza a resultar familiar.
Seguimos en la brecha, seguimos
intensamente e ilusionados.
Hala pues!
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