Wednesday, April 30, 2014

GRIZZLY BEAR

Hay por ahí un viejo refrán que reza así:
  "No vendas la piel del oso antes de cazarlo".
Allá por el año 1995, decidí formar parte de una organización que se llama FAPAS (Fondo Para la Protección de los Animales Salvajes), la cual, entre varias especies, trabaja para proteger al oso pardo en la Península Ibérica.
El refrán en sí, pese a que hace referencia al sacrificio del animal para obtener su piel con fines comerciales, y aunque reconozco usarlo bastante en mi "refranero personal", dista mucho de lo que realmente siento hacia este magnífico ser como es el oso.
No dudo que me costaría mucho menos desollar a un chino antes que a un oso.
Y es que la masacre que llevan realizada y continúan ejecutando en el Tibet, me hace tenerles bastante tirria.
Pero no quiero perderme entre las ramas del conflicto tibetano (que bien merecería un post aparte), ni en la protección de la Naturaleza, sino en la esencia o significado de lo que nos transmite el propio refrán.
Planificamos nuestra vida empujados a veces por elecciones libres y deseadas y otras muchas por lo que denomino la inercia de la civilización, que nos ha ubicado en un entorno hostil, con normas rigurosas y donde no tenemos mucha capacidad de decisión, a pesar de que nos llenamos la boca con palabras como democracia, libertad, derechos, opinión, etc...
Proyectamos nuestros deseos ( a veces insignificantes para quiénes nos rodean) y trazamos un camino que tratamos de seguir a toda costa. Nos aplicamos, nos concentramos y damos lo mejor de nosotros mismos para poder seguir ese rumbo trazado y no perder la cresta de la ola que nos lleva a un objetivo final, a esa cumbre ansiada, a la realización de un sueño, o simplemente, a cruzar una meta.
Aquellos que me conocen y saben de qué hablo, probablemente se sientan identificados, si no en todo, al menos si en parte o en ciertos matices que conllevan a dedicarse casi en cuerpo y alma a una pasión, a un objetivo y , a fin de cuentas, a nuestros miedos y temores.
Como muchas cosas que comenzamos en la vida y que se proyectan en el la distancia del tiempo, es difícil poder mantener siempre el mismo ritmo, las mismas ganas, la misma ilusión e ímpetu, siendo frecuente el hecho de salvar los obstáculos que la vida, la sociedad y nosotros mismos nos emplazamos justo en el camino que debemos seguir.
Las dudas no dejan nunca de ser compañeras de viaje, y probablemente sean ellas quiénes más tengan que ver a la hora de que demos lo mejor de nosotros en cada momento.
La familia, los amigos, las amadas y amados que consuelan los momentos de debilidad y sonríen ante nuestros ataques de euforia, también son parte muy importante de este largo camino del que me refiero.
Pero no debemos tener duda alguna de que quién realmente marca la intensidad de la subida, los riesgos que se afrontan en el descenso, el grado de sufrimiento soportable en cada metro y kilómetro del camino, ese ser no es ni más ni menos que nosotros mismos.
Forjamos nuestro carácter y nuestro temple, alimentamos nuestros miedos y los anulamos en justa medida a lo que estamos dispuestos a invertir. Frenamos en seco, cambiamos de dirección, vamos más rápido, subimos más alto...
Se trata de que en cada momento seamos nosotros los que asumimos el control de la situación, de que decidamos y tengamos perfectamente claro que la responsabilidad de nuestros actos y de nuestra vida es algo nuestro.
Para ello es muy importante rodearse de seres que aporten y que no resten, pero siempre con la idea de que si ofrecemos lo que tenemos, acabaremos siendo más felices.
Al final de todo, cuando nos plantamos en esa arista cimera de nuestra propia vida, contemplando con orgullo el camino seguido y los logros obtenidos en el mismo, es justo en ese momento donde nos sentimos exultantes, pletóricos, casi orgásmicos, cuando acertamos a ver lo minúsculos, frágiles y volátiles que podemos llegar a ser, recibiendo ese baño de humildad que nos aclara la idea de que simplemente somos granos de arena de un mundo infinito que no siempre gira en la misma dirección que nosotros.
De cuándo suceda esto último depende mucho nuestra felicidad.

Un buen consejo podría ser que nos convirtiéramos en personas de actos consumados y solo saborear las cosas a posteriori.
Opto por mantenerme en la raya indefinida que nos ubica en esa especie de limbo, donde el sueño persiste y la realidad confirma.
Encontrar el equilibrio entre ambos puede ser una de las llaves de la felicidad.

Vaya rayada!!No?
Hala pues, a soñar un rato majicos!

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