Sunday, March 16, 2014

MOUNTAINS...


Están ahí…
Quietas, distantes, inamovibles.
Representan la grandeza de la Tierra, a la vez que custodian los temores y deseos de aquellos que las anhelan. Porque solo ellas saben y conocen de todo aquel que ha osado acometerlas, soñando alcanzar su cima.
A veces colgados del abismo que nuestra propia inseguridad crea, otras abriendo la huella sobre la nieve y el hielo, pero siempre mirando hacia arriba, poniendo de manifiesto que cada paso que avanza es un logro y que cada retirada y descenso es una victoria que nos permite volver a intentarlo.
Y siguen ahí porque siempre han estado, observando y esperando mientras el viento las talla, la lluvia las refresca, el hielo y la nieve las orada, cambiando su apariencia con el devenir de las estaciones.
Y también estamos nosotros…., los hombres.
Montañeros que se aferran a la necesidad de enfrentarse a la distancia, a la altitud, como si en la cima existiera una especie de El Dorado que apacigüe nuestros instintos, nuestra inexplicable necesidad de seguir subiendo, de complicarlo un poco más, de desafiarnos nuevamente.
Las montañas…, ni buenas ni malas. Simplemente ahí están, aguardando que nosotros, montañeros de la propia vida, las escalemos…
Aunque nos cueste, aunque nos canse, aunque perdamos la vida …, porque al final, no sabemos explicar qué es lo que nos atrae, qué nos hace volver.
Ellas son las que dicen cuándo, las que dicen cómo…y nosotros, fieles a sus deseos, obedecemos para obtener nuestra recompensa.
Me encanta escalar montañas, no sé muy bien qué me empuja a hacerlo, quizá el hecho de ponerme a prueba, de superarme, de verme al límite o simplemente para seguir aprendiendo eso de que no somos nada en este Mundo tan grande.

Me encanta escalar montañas…, y espero poder seguir haciéndolo durante el resto de mi vida.

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