Sunday, August 27, 2017

JACA

 Siempre he escuchado aquello que dice que el tren de la vida es ese que solo pasa en contadas ocasiones.
Ese que que te quedas mirando y si no tienes billete ves como se acaba alejando. 
El que, en ocasiones, ofrece una sola posibilidad de viajar.
Ese que frente a Misrata, allá en las costas de Libia, se me presentó de forma súbita llenándome la cabeza con un nuevo deseo de hacer el viaje que tanto anhelamos y soñamos.
Como cuando decides afrontar la preparación de un Ironman, o embarcarte en un nuevo despliegue, el apoyo de la familia es condición sin equanon para que se den todas las circunstancias favorables.
Y subí a ese tren...
Y lo hice temeroso de todo lo que implica hacer cambios, cambios importantes en la vida.
No es un viaje solo de ida, ya que por suerte o por desgracia (el tiempo lo dirá...) existe hora y día para el regreso.
La familia, en esta ocasión, es un elemento activo más de la aventura de haber dejado atrás nuestro hogar, familia y amigos, nuestro viento salado, las arenas y el mar y nuestra zona de confort en toda la dimensión de la palabra.
Y lo hemos hecho cambiando todo lo anterior por las montañas y sus gentes, otro lugar de residencia que esperamos se convierta en hogar y unos amigos de los que no podemos disfrutar de la forma que tanto nos gustaría.
Así pues, aquí nos plantamos tras un viaje de punta a punta, con un coche cargado de trastos, nuestro pajarito, una tortuga y mucha ilusión.
La llegada y el recibimiento ha sido épico, en lo que espero sea el principio de todo un año fascinante.
Y como las costumbres deben mantenerse en el tiempo, lo hemos hecho con amigos, con lluvia y montañas.
Esas montañas que un día nos anclaron irremediablemente a esta tierra, enamorándonos de por vida y haciendo que hayamos sido capaces de dejarlo todo atrás para poder estar aquí.
Hoy con más sentido que nunca...Hala pues!




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