Sunday, May 31, 2015

HOUND DOG


Si te sientes mal…, baja el ritmo y come.
Si te sientes bien…, come.
Si el viento te ayuda…, come.
Si vas manteniendo los ritmos…, come.
Esa es la clave, porque la comida es energía y la energía movimiento.
Describir en pocas palabras lo acontecido el pasado sábado es difícil, casi imposible, porque transcribir determinadas sensaciones con letras, se me antoja algo casi imposible. Pero solo casi.
Los seres humanos somos complicados por naturaleza, algunos más que otros, de esos pocos los hay que, simplemente, lo son mucho más…
Creo estar encuadrado en el último grupo, lo cual hace que, en ocasiones, me distraiga de el objetivo real y me pierda en todos los afluentes que manan del día a día. 
De la propia vida en sí.
Afluentes, sea dicho de paso, que no son navegables, que no llevan a lugar alguno y es por ello que su importancia es mínima.
Pretender resolver mis problemas enfrentándome a una carrera de 226kms, es casi como esperar que mi hada madrina irrumpa en mi cuarto pasada la media noche y que con su magia solucione todo aquello que me aqueja.
Por otro lado está el hecho innegable de que el estado casi comatoso que te produce el intenso y extenso esfuerzo físico y mental que se experimenta durante el Ironman, propicia a que no queden rincones sin barrer en nuestro interior, destapando todas y cada una de las cajas apiladas en nuestro pensamiento más profundo.
Se trata, al fin y al cabo, de conseguir ese trance que nos ayude a vernos desde fuera y fijemos nuestros sentidos en lo que realmente somos.
Pero las cosas no son tan sencillas, y bien es cierto que no es fácil encontrar aquello que buscamos si lo hacemos en el lugar equivocado.
Puede ser que buscara en donde no debía…
Para hacer honor a la verdad, a mi verdad, debo reconocer que cuando se busca algo en concreto y no se encuentra, suele pasar que lo que se halla son otras cosas, algunas que llevaban plantadas frente a uno sin que se llegue a reparar en ellas. Siempre descubriendo nuevas cosas y nuevas personas.
Porque dicho sea de paso, este Ironman también me ha regalado la parte humana de conocer, más profundamente a otras personas, que siempre estuvieron atentas y al cuidado .
Afrontar el Ironman de Lanzarote con confianza pero a sabiendas de que debes mantener el control del fuego de tu corazón, puede parecer a priori un disfrute a medias o parcial.
Nada más lejos, porque el hecho de saber que debes dosificar tus capacidades, te permite mantener un grado de concentración mayor, un estado mental en el que solo vives y piensas para terminar la prueba con garantías.
Y es que esa era la idea, ese era el plan. Acabar y hacerlo de forma digna y segura, sufriendo lo que se debe en estos casos. No buscar un desgaste inhumano ni poner en riesgo la salud.
Trazas un plan, lo meditas y lo ensayas para dejar todo atado y que nada quede al azar, pero lo grandioso y también cruel de esta prueba es que no hay dos carreras iguales, no hay variables controlables al 100% y , por ello, todo plan trazado con anterioridad esta abocado a cambiar nada más mojar tus pies en el mar.


LOS PECES…
Nadar lo mejor posible dentro de las posibilidades. Esta preparación ha estado escasa de natación, bien por el periodo del despliegue o porque tras el regreso no conseguí hacerme con el control de mis pensamientos y sentimientos.
Intentar desgastar lo mínimo era la idea. Algo complicado si eres mal nadador y encima no has reforzado este área.
Decido colocarme donde creo que me corresponde, pero debí hacerlo algo más adelantado. Hasta que no doblo la primera boya, no consigo encontrar mi lugar, mi hueco, mi espacio en el océano…
No renuncio por ello a ver los peces y el fondo cristalino a pesar de la ebullición que sufre el mar en ese momento.
Un codazo en la mandíbula, hace que mis dientes inferiores imparten con los superiores, comiéndose uno de ellos y haciéndome sentir que las paletas se me habían incrustado debajo del bigote. Escupo sangre y trocitos de diente, pero quedo noqueado.
En una natación sin traje existe el riesgo de que un cuerpo inconsciente se hunda irremediablemente.
Un triatleta japonés me sujeta hasta que recobro la compostura y sigo nadando.
Primera vuelta en 34minutos y vuelta a lo mismo.
La corriente en el último largo se nota bastante, así como el viento que ha vuelto a hacer acto de presencia.
Salida en 1h10’ y primera inyección de moral por el hecho de hacer un tiempo así sin haber nadado mucho.
A pesar del tiempo, el desgaste ya no es igual. Obvia decir que ha sido mayor.
Transición lenta para garantizar una buena capa de protección solar y hacer pis.

LA LAVA…
Alegría al salir que pronto cambia cuando dejo atrás  el resguardo de Puerto del Carmen y empiezo a sufrir el embate del viento hasta las proximidades de Yaiza. Esta primera subida se hace bastante exigente a pesar de que el desnivel no es importante. 
Desarrollo cómodo y subir siempre con toda la cadencia posible.
Siempre reservando…
Bajada a las Salinas de Janubio y la zona de Los Hervideros en El Golfo. Ahí trato de aprovechar la ventaja para ganar segundos, pero siempre consciente de que hay que dejar un último cartucho por si las cosas se ponen feas.
Y aparece la curva, la misma que el año anterior, y justo allí me pongo de pie sobre la bici y escucho como se rompe un radio de la rueda delantera.
Mismo lugar, mismo momento repetido como si hubiera retrocedido en el tiempo hasta el 2015 donde comenzó mi calvario de las averías mecánicas.
Paro.
Compruebo.
Confirmo.
Acepto…
Me resigno.
Abro la horquilla del freno a tope y continúo con la esperanza de que el servicio mecánico oficial pueda solventarme la papeleta. Al menos de momento, no puedo hacer otra cosa.
A este hecho le siguen momentos de ofuscación, de rabia contenida y de pérdida de la concentración.
Me hablo.
Me escucho.
Y trato de hacerme, nuevamente, con el control de la prueba.
Sigo comiendo…
Sigo bebiendo…
Sigo dosificando mis fuerzas.
Enfilo Timanfaya y me niego a que los problemas me priven de una de las imágenes más hermosas de esta Isla. De este Ironman…
Viento fuerte y en contra, imprime un plus de dureza a esta interminable recta que te eleva lentamente hasta lo más alto de las Montañas del Fuego.
Impresiona ver como la tierra se abrió ante la atónita mirada de los hombres de entonces y la lava arrasó todo lo que encontró a su paso, dejando una negra y basta cicatriz casi a todo lo ancho de la isla.
A la altura de los camellos está una furgoneta de los mecánicos, donde paro y me piden una rueda.
A los 20 minutos me llega y puedo continuar.
No insisto. No aprieto…
Imagino que la angustiosa y forzada parada ha sido un descanso.
Mantengo el plan.
Salimos de la agresividad de los volcanes en busca de La Santa.
Tramo rápido, pero cuando me veo veloz, subo un par de piñones y vuelvo a dosificarme.
Poca gente en la Meca del Ironman conejero.
Tampoco veo a Maricha. 
Al girar en La Santa en dirección a Soo, comienza a ganarse altura, pero justo en este punto el viento da de cola, ayudando por fin.
Siguiente momento hermoso es la bajada hacia Famara, con los gigantes riscos al fondo.
Allí llueve ligeramente…, el viento es húmedo y fresco, algo que agradezco de cara a la subida que comienza lenta y continua hasta que lleguemos al Mirador del Río.
Sigo manteniendo mi plan de nutrición e hidratación, pero es cierto que en momentos puntuales noto la falta de “apetencia” por los alimentos seleccionados, siendo la bebida Vitargo Electrolyte la que mejor me sienta y más me apetece.
La subida a Teguise se me hace más llevadera que el año pasado. Cuando llegas al centro, los ánimos de la gente te hacen ir un poco en volandas. Pero solo un poco.
Mirador de Haría y paro a comer mi bocadillo de pan de semillas con aguacate y queso fesco. Me dio la vida…!
recojo otro bidón de geles y me percato que un radio trasero se ha roto también.
Abro el freno y que sea lo que sea.
Bajada rápida y subida hacia el Mirador del Río sin renunciar a su belleza.
La bajada del mirador está recién asfaltada y se cogen velocidades realmente altas.
Tramo muy rápido y dejando atrás Arrieta, para llegar a Guatiza, donde se vuelve a poner llano el terreno. El viento ayuda ahora y se puede ir rápido acoplado, rodando a altas velocidades. A pesar de ello,  subo piñones y busco una cadencia algo más benévola para no pasarme de rosca.
Al llegar a Tahiche, giramos al Norte y nuevamente el viento me clava mientras subo a Nazaret. 
Empiezo a notar que la cosa se pone dura, así que bajo un poco más el ritmo.
La última parte del recorrido se alarga un poco más de lo deseado, ya que llevo rato viendo Puerto del Carmen y no termino de llegar.
Entro en boxes y al incorporarme me doy cuenta de la molestia tan grande que llevaba en los lumbares.
Trancisión lenta por el doble embadurne de crema y es que este año me propuse muy en serio eso de no quemarme la piel por la exposición al Sol.

EL FUEGO.
Empieza lo que se que será una maratón dura y larga, por lo que desde el comienzo me centro en mantener los ritmos siempre por encima de 5’/km.
La idea es empezar a rodar y tratar de buscar ese momento de comodidad o de aceptación de una velocidad de crucero razonable.
Obligado es el hecho de comer y beber en todos los avituallamientos. Poco pero continuo.
Llego al aeropuerto donde el viento castiga también.
No voy mal. Tampoco pletórico.
Me concentro en los ritmos y en ir continuamente evaluándome.
La llegada a Playa Honda comienza a hacérseme más larga de lo esperado y  a ello se le suma el hecho de que cada kilómetro ha ido sumando segundos.
Por fin….! el giro.
Termino esa primera vuelta de 22km en 2 horas. No sería un fracaso acabar la maratón en torno a las 4 horas…., me digo.
A la altura del kilómetro 23/24, comienzo a vomitar tras beber isotónico.
Comienza el calvario que dura hasta el final.
Poco a poco voy perdiendo gas y energía. Solo quiero estar tumbado y dormir.
Me duele todo.
Me levanto, corro un poco, me paro, vomito, y así van pasando los kilómetros.
La visión del ojo derecho se me va volviendo borrosa y acabo casi sin ver por el. Tampoco escucho apenas nada, solo un zumbido y una especie de eco continuo.
En el último 1500 me coge Alberto, que es quien me lleva hasta la meta.
Verlo cumplir su sueño con su familia fue lo mejor del día sin duda alguna.
Consigo terminar pero pago un precio muy alto con una fuerte deshidratación que me lleva a una insuficiencia renal aguda. El martes siguiente a la prueba me hice una ecografía y ahora espero una analítica para descartar daños serios o permanentes. Me veo poniéndome dos filtros de combustible de las turbinas del helicóptero.
Lo que sucedió después queda en la bitácora de las vivencias y experiencias personales, ya que poco tienen que añadir a lo deportivo.
El análisis de la prueba y de como la afronté, ha requerido de la calma de los días, de meditar lo que hice y lo que sucedía en cada momento.
Problemas mecánicos tras una revisión de la bici como nunca había hecho, puede ser difícil de comprender y de hecho no lo entendería si no trabajase con helicópteros que hoy vuelan muy bien y mañana tienen problemas.
Conclusión sobre esto es que no se debe descuidar el mantenimiento de las bicicletas, que no debe haber desidia al respecto ni relajación alguna.
Hablando ahora de la estrategia seguida, pues es difícil también de entender cómo si mi esfuerzo en regular fue siempre constante e importante, mi cuerpo, por el contrario acusó un desgaste mayor.
Cómo si determinados alimentos me funcionaban bien, ahora me han sentado bastante mal.
Podría tacharse de mala suerte, aunque sería escurrir el bulto.
Me inclino a pensar que siempre no vale todo lo que antes ha servido. Que cambiamos, al igual que las circunstancias  o las condiciones ambientales de la prueba.
Y parece que por ahí van los tiros.
De cambios…
Estoy volviéndome a plantear la posibilidad de dejar de ser vegetariano, buscando ese estado interior que propició hace ya más de tres años, unos buenos resultados.
Pienso que es una posibilidad real el hecho de que me encuentre en un punto de estancamiento tal que no permita que otras variables funcionen como deben.
Es una idea que debo madurar y decidir cuando realmente sienta que debo hacerlo, lo cual no es sinónimo de vaya a hacerlo.
Sobre lo de encontrar cosas perdidas en mi interior, la experiencia me ha despertado de aquella especie de siesta perenne en la que ya me encontraba desde hacía meses.
Tiempo también hace falta para poder hablar de hechos consumados.
Ha pasado ya una semana de aquel día. Ya se me ha pasado la fiebre Ironman que nos envuelve nada más terminar.
Ahora pongo la vista en la próxima parada, cansado y dando al cuerpo el tiempo que necesita para recuperar todo lo que perdí el 23 de Mayo.
Parte de la clave del éxito se encuentra ahí, en el descanso.

Así que vuelvo a cerrar los ojos y pienso dónde quiero estar en cada momento, y es que ahora mismo me veo en una arista, ascendiendo con dos barrancos a los lados, sin dejar de correr, escuchando mi propia respiración…

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