Friday, May 15, 2015

465,11m/s


465,11m/s...
1673,99km/h...
Esta es la velocidad con que la Tierra, nuestro Mundo, gira sobre su propio eje.
Justo ahora, en este preciso momento, ese movimiento centrífugo se está produciendo...
Sin pausas.
Con firmeza.
Con cierta armonía...
El movimiento que nos permite seguir viviendo.
El que hace que todo permanezca en su sitio.
Un movimiento de giro que no debe parar, ya que si lo hiciera..., todo acabaría.
Y de eso quiero hablar, de movimiento.
Y resalto y destaco la idea de que no hay parada posible.
Detenerse es el final. Es la oscuridad, el fracaso, la rendición.
En este movimiento continuo no hay cabida al descanso, o a la pausa.
Detenerse es el final de todo, ya que todo acaba cuando el giro para.
Y dentro de ese giro, en un lugar remoto de un trozo de tierra seca, el movimiento persiste, también constante, también continuo, también sin detenerse, porque hacerlo, es el fin.
Ellos, los hombres y mujeres que corren en el Ironman, mantienen el movimiento constante de sus cuerpos y corazones, tratando de reducir la distancia que los separa desde el kilómetro 226 al 0.
Ellos, los hombres y mujeres que, a simple vista, malgastan su tiempo, su dinero y su salud en una acción a los ojos de cualquiera inocua y absurda, carente de beneficio, de productividad material, de materia al fin y al cabo, ellos, permanecen firmes en su propósito de seguir avanzando, sin detenerse; porque saben bien que hacerlo supone el fin...
Mucha gente cuestiona hoy día el valor de esta prueba, sabedores de lo que supone prepararla, pagarla y realizarla.
Si miramos con ojos de cristal frío, puede ser que veamos de verdad el sin sentido de esos 226kms, que nada producen, que no cambian el mundo, que no ayudan materialmente a nadie. Una acción que podría decirse que influye en que esos 465m/s, poco a poco vayan disminuyendo, mermando la salud de nuestro planeta.
Pero si miramos con ojos de fuego, probablemente veamos el significado de lo inútil de escalar una montaña, o de saltar desde un avión, o de cruzar un continente corriendo, un mar nadando o 226kms en una isla calcinada por el fuego y esculpida por el viento. Esta acción inútil y carente de sentido para la mayoría de los habitantes del globo achatado que sigue girando, es la vida misma para quienes  mojan sus pies en la playa antes de que salga el sol, desafiándose a sí mismos.
Y siguen corriendo...
Y siguen nadando...
Y siguen asiendo con fuerza el manillar de sus bicicletas sin dejar de pedalear, apretando los dientes y secando el sudor que moja sus ojos....
Ninguno se detiene.
Nadie puede juzgarlos. Nadie puede cuestionar el valor de lo que hacen, porque para ellos es su vida, es su día, es su esfuerzo. Lo es todo.
Aunque no sea nada.
Y mientras, la Tierra gira y gira...
Y ellos siguen corriendo...
Algunos lo hacen como un trabajo, porque viven de ello.
Otros, a pesar de que lo preparan como si de ello vivieran, lo hacen como un reto.
También los hay quienes lo hacen porque no saben vivir de otra forma.
Algunos buscan respuestas, otros una cura a algo que es inmaterial...
Están quienes se niegan a vivir la vida de otra forma.
Los esclavos, los que van a la moda...
Pero da igual, porque el objetivo común es no detenerse.
Queda una semana exactamente para que tenga lugar una cita de estas en la isla de Lanzarote, la más oriental del archipiélago canario.
Tierra hostil de gentes afables.
Isla de extremos.
De tierra negra, malpaís retorcido y vides.
Isla de viento y de azules.
Y allí, una vez más, estaremos unos cuantos, buscando cada cual lo que cree que le falta...
Y rodeado de miles de semejantes, nos sentiremos solos, mientras el mar moja nuestros pies y el viento agita las palmeras.
Porque mientras todo esto sucede en Lanzarote, la Tierra sigue girando a velocidad constante, ya que, detenerse, significa el fin.
Hala pues!

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