De pequeño recuerdo ver épicas películas recreadas en selvas y junglas exóticas donde los protagonistas a duras penas podían progresar entre la vegetación tan densa que les atrapaba.
La mayor parte de las veces perseguidos por miembros de tribus caníbales, agresivas o por criaturas fieras y que se creían extintas.
En otras, estos aventureros simplemente se dedicaban a explorar nuevos y misteriosos lugares donde el ser humano del mundo civilizado nunca había estado.
Películas muchas veces en blanco y negro. De sobremesa de sábado…
En muchas de ellas se terminaba llegando, a través del cauce de un río, a una inmensa cascada. A una catarata que bien podría representar la presencia de un gigante que impedía seguir avanzando.
Casi como llegar al final de todo, a ese punto donde ya no se puede seguir la marcha y donde no parece haber otras opciones.
El fin…
Pero resulta que en casi todas ellas existe una pequeña senda, casi inapreciable y muy difícil de distinguir entre la gran masa de agua que de forma constante desciende desde la parte más alta…, entre esa nube de neblina permanente que se forma en la base, y que una vez se toma la decisión de acceder por tan inhóspito y peligroso lugar, la pesada cortina de agua queda a nuestra espalda junto al ensordecedor sonido de su impacto con la laguna de la base…
Es ahí donde comienza un nuevo camino, esa cueva misteriosa que los protagonistas iluminan a duras penas con antorchas que más las quisiera yo porque nunca se gastan y tampoco se apagan al atravesar la cascada…
El nuevo camino es una vía a nuevas opciones, nuevas aventuras que incluso pueden llegar a ser mucho más peligrosas que las que nos perseguían. Aquellas que pretendíamos dejar atrás. Aquellas de las que huíamos…
Ahora forman parte de nuestro pasado.
El nuevo camino que se abre ante nuestros ojos no tiene por qué ser ni definitivo ni la mejor opción posible, puesto que, en numerables ocasiones, lo que hoy funciona para nosotros o es bueno, puede que mañana deje de serlo tanto o simplemente deje de valernos.
Últimamente repito mucho la frase de que : “Nada dura eternamente” porque de verdad cada día estoy más convencido de ello. Y lo digo con el mayor sentimiento asertivo posible y sin un ápice de negatividad ni pesimismo, puesto que no creo que sea malo.
Simplemente es así.
Evidentemente a todos nos gusta pensar en esos conceptos de “para toda la vida”, porque nos dan consuelo, seguridad, calma, etc. Yo también los necesito, los he usado y sigo haciendo, a pesar de que trato de no perder la visión objetiva de la caducidad. Creo que ambas cosas son compatibles y es por ello que somos como somos, seres humanos.
Y para no divagar más en estas ideas que de vez en cuando vagan por mi mente, me gustaría aclarar que a lo largo de nuestra existencia, nos encontraremos cascadas infranqueables y muros de agua que impedirán nuestra progresión. Que tendremos que sortear, remontar, escalar o buscar esa senda que las atraviesa para poder seguir avanzando.
Para ello y ante la visión abrumadora que tendremos, puede venir bien el detenernos, respirar, analizar lo que tenemos delante y no tener miedo a equivocarnos. Al fin y al cabo la vida se trata de eso.
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